miércoles, 26 de agosto de 2009

PJ culpó a sectores partidarios por hechos de violencia


La Comisión de Acción Política del PJ compartió los contenidos de la solicitada que publicara ayer el gobernador Urtubey y consideró que existe "un clima de violencia y acciones de complicidad realizadas en silencio por algunos sectores partidarios, como actos típicos de épocas electorales".



También coincidieron con Urtubery en que “hay mantener el estado de derecho y evitar que algunos negocien con las necesidades de la gente”. La CAP se reunió ayer para delinear la estrategia partidaria con vistas a las elecciones provinciales de septiembre.

En la oportunidad, el secretario Electoral del Partido Justicialista, Ramón Corregidor, presentó el modelo de boleta que fue aprobado por la CAP con algunas modificaciones en su diseño y que refleja a todos los candidatos para el 27 de septiembre.

Sobre los fondos de campaña, se conformó una Comisión que visitará los departamentos donde se disputan candidaturas. La mayor responsabilidad la tendrán el secretario Político, Pablo Kosiner y la tesorera, Mercedes Junco.

Asimismo se informó sobre la cena prevista para el día 3 de septiembre con el mismo objetivo.

Estuvieron presentes Mashur Lapad; Miguel Isa; Santiago Godoy; Adriana Pérez; Enrique Cari; Sergio Ramos; Nora Ríos; Luis Mendaña; Nardo García; Rossana Cabezas; Samuel Córdoba; María Isabel Pereyra; Luis Gerardo Marocco; Pedro Cruz; Fanny Flores; Mercedes Junco; César Segura; Aníbal Anaquín; Ramón Corregidor; Guido Giacosa y Lita Lagomarsino.

Urtubey dijo que lo más importante es "la necesidad de profundizar acciones para asegurar el triunfo electoral, “porque tenemos una política definida y una decisión partidaria de llevarle al electorado los mejores hombres y mujeres que posibilitarán a los salteños recuperar su dignidad".


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viernes, 1 de mayo de 2009

Mapa de Escuelas de Salta

Ubicacion de las escuelas de la Provincia de Salta, Republica Argentina








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Mapas y Videos

Mapas con videos geolocalizados de las actividades de la Comision de Accion Politica del Partido Justicialista de Salta


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jueves, 29 de enero de 2009

Marcha Peronista


Los muchachos Peronistas
todos unidos triunfaremos
y como siempre daremos
un grito de corazón
¡Viva Perón! ¡Viva Perón!


Por ese gran argentino que
se supo conquistar
a la gran masa del pueblo
combatiendo al capital.

Perón, Perón, que grande sos
Mi general, cuanto valés
Perón, Perón, gran conductor
sos el primer trabajador.

Con los principios sociales
que Perón ha establecido
el pueblo entero está unido
y grita de corazón

¡Viva Perón! ¡Viva Perón!

Por ese gran argentino
que trabaja sin cesar,
para que reine en el pueblo
el amor y la igualdad

Perón, Perón, que grande sos
Mi general, cuanto valés

Perón, Perón, gran conductor
sosel primer trabajador.

Imitemos el ejemplo
de ese varón argentino
y siguiendo su camino
gritemos de corazón

¡Viva Perón! ¡Viva Perón!

Porque la Argentina grande
con que San Martín soñó
es la realidad efectiva
que debemos a Perón.

Perón, Perón, que grande sos
Mi general, cuanto valés
Perón, Perón, gran conductor
sos el primer trabajador.
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jueves, 1 de enero de 2009

Curriculum del Dr. Juan Manuel Urtubey

JUAN MANUEL URTUBEY
Salteño, Abogado, 37 años, casado, padre de 4 hijos.



Estudios primarios: Escuela Parroquial de la Merced.
Estudios secundarios: Bachillerato Humanista Moderno.
Estudios universitarios: Universidad de Buenos Aires.
De 1995 a 1997, desempeñó distintas funciones dentro del Gobierno Provincial (Secretario de Gobierno, Secretario de Prensa, Coordinador Unidad Ejecutora Familia Propietaria).

De 1997 a 1999, fue Diputado Provincial electo por Departamento Capital. Renunció para realizar su campaña a diputado nacional.

Desde 1998 dirige la Escuela de la Administración Pública.
En 2003 fue Convencional Constituyente Provincial.

Es, desde 1999, Diputado de la Nación, reelecto en 2003.
En 2005 fue Presidente del Bloque Justicialista de la Cámara de Diputados de la Nación.
Actualmente es Presidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales.
Integra además las Comisiones de Presupuesto y Hacienda, Comunicaciones e Informática, Deportes, Justicia, Peticiones, Poderes y Reglamentos, Legislación Penal, Prevención de Adicciones y Narcotráfico, Previsión y Seguridad Social; y la Comisión Bicameral de la Defensoría del Pueblo.

Representó al país en innumerables comisiones en el exterior: Observador Internacional comicios presidenciales (EE.UU., 2004), Foro Sistemas Políticos y Democracia (Paraguay, 2005), Programa de Fortalecimiento Institucional (España, 2005), Foro Cooperación Este Asiático-América Latina (Singapur, 2005), Programa Personalidades del Futuro (Francia, 2006), entre otras.

Es autor de los libros “Sembrando Progreso. Claves del Desarrollo de Salta” (1999) y coautor de “Argentina 2020, propuestas para profundizar la transformación” (2006).

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Ante el Congreso de Mujeres


27/08/1973
Ante el Congreso de Mujeres



Es un inmenso placer para mí dirigirles la palabra a las dirigentes del Movimiento Peronista en la Rama Femenina, especialmente del interior del país.

Creo que el interior del país representa, tanto en el sector femenino como en los demás sectores de nuestro Movimiento, las grandes reservas espirituales que han de servir para encaminar la vida nacional, un poco salida de cauce después de 18 años de lucha, de desorden y de incuria gubernamental.

Hace ya más de 25 años y por iniciativa de Eva Perón, los legisladores justicialistas concedieron a través de una ley justa y esperada, los derechos políticos a la mujer argentina. Desde entonces hasta nuestros días, ha pasado una larga etapa en la que la mujer, frente a la lucha cruenta que se ha venido desarrollando, ha hecho su acción silenciosa, tranquila pero efectiva, en la propia casa y a través de todas las familias argentinas. Basta pasar por aquí para ver a los pibes de dos o tres años y persuadirse de que ahí está el verdadero maná.

De manera que ese trabajo realizado con verdadera dedicación y amor, es el que el país necesita para que todas las familias argentinas puedan conformar espiritualmente una nación y aventar lejos de sí las pasiones insanas y la delincuencia que, desgraciadamente, ha proliferado de una manera pavorosa en nuestro país; delincuencia que no es solamente, como algunos creen, que se trata de cuatro o cinco chiquilines mal encaminados en los famosos potreros, verdaderas escuelas de delincuencia. Pero esa delincuencia es insignificante frente a otra gran delincuencia que actuaba arriba y que se había apoderado de los resortes del gobierno, terminando por descomponer al Estado. De esa descomposición es preciso volver antes de empeñarse en ninguna tarea de aliento. Esto es necesario comprenderlo. La destrucción del Estado ha sido realizada y han quedado los agentes de esa destrucción. Nos basta ver a qué precio se vendió el trigo, la carne, para darse cuenta de que cuando uno aprieta en cualquier lugar, salta una gota de pus.

Esa es la verdadera delincuencia, no la delincuencia común a todas las comunidades en el mundo; insignificante al lado de esa delincuencia de alto bordo. Un infeliz le saca veinte pesos del bolsillo a un pobre que anda por la calle, mientras que el otro le saca millones a todos los argentinos.

Por eso digo que la mujer, en estas circunstancias, tiene una tarea extraordinaria que realizar. Es curioso: cuando en las comunidades y en los pueblos la mujer se dedica solamente a los menesteres de su propia casa y abandona las posibilidades de ser útil a esa comunidad, el país renuncia a la mitad de su verdadera riqueza, porque hoy, como en todos los tiempos, la mayor riqueza de un país reside en sus propios habitantes. Esa es una riqueza a menudo menospreciada, pero se puede comprobar perfectamente cuando compulsa países que no tienen riquezas ni territorios y tienen, en cambio, muchos habitantes. En estos casos, se defienden con esa riqueza humana, que es la mejor riqueza que un país puede tener.

La República Argentina, con su enorme extensión, que llega a casi tres milllones de kilómetros cuadrados, sólo está poblada por 24 millones de argentinos. Se trata, todavía, de un país deshabitado en la mayor extensión de su territorio. Precisamente, ése es uno de los factores más negativos en el desarrollo y en el progreso de nuestro país.

Si nosotros no somos capaces de incorporar a la mujer al rendimiento activo del país, estamos renunciando a la mitad de las posibilidades que tenemos para nuestra grandeza futura.

Imaginen ustedes que de esos 24 millones de habitantes la mujer no trabaje y no actué en las verdaderas actividades del desarrollo y del progreso del país. En este supuesto, evidentemente, estamos quedando con la mitad, que son los hombres. De esa mitad, descontando los jóvenes que estudian o los viejos que ya no actúan, quedarían siete millones escasos sin contar todavía los vagos, que es otro sector.

Es decir, que esos siete millones de habitantes son los que deben sostener el peso del esfuerzo nacional. ¡Qué diferente sería si por lo menos trabajase en las mismas condiciones el sector femenino! Entonces contaríamos con 14 millones de habitantes para llevar adelante el país.

De todo esto se infiere, preferentemente, la necesidad de incorporar a la mujer a la actividad viva del país. La mujer esta en las mismas condiciones del hombre y no debe ser reducida a menesteres inferiores, pues ella puede competir con él en la tecnología, en el trabajo científico, en la investigación y en toda clase de estudios.

Hay un ejemplo que está latente y viviente: China. Era un país donde anualmente se morían de hambre de doce a quince millones de habitantes, porque la producción alimenticia, a pesar del empeño de los habitantes de su territorio no daba para todos.

La sabiduría del sistema instaurado en la República Democrática China dio su lugar a la mujer, y hoy ella rinde a la par del hombre. Ese país, donde anualmente se moría de hambre un sector de gran importancia, no solamente ha satisfecho sus necesidades, sino que ha alcanzado su desarrollo en todos los órdenes y hoy en su día se da el lujo de exportar comida.

Eso en gran parte se debe a la acción de la mujer china que ha tomado en serio la tarea de colaborar y de trabajar. Trabaja en el campo, en las ciudades, en la industria, en la técnica; en todo la mujer está presente. Y para muchas de esas cosas la mujer es mucho más apta que el hombre. De manera que siempre habrá lugar preferente para que las mujeres puedan también ser el factor de desarrollo y progreso que el país está esperando. Y ésta es una cosa fundamental que ya he dicho en otras oportunidades. A nosotros, en el país nos está pasando lo que le pasaría a una persona a la que le dijeran: "Vea, señor: usted va a vivir en el Sheraton, pero tiene que pagar los gastos". Evidentemente, no podría vivir ninguno allí.

Nosotros tenemos en esos tres millones de kilómetros algo mucho más grande que el Sheraton, y somos apenas veinticuatro millones para pagar las expensas de esos tres millones. No estamos en condiciones de restarle ni siquiera un chico al trabajo cuando pueda realizar esa tarea.

Compañeras: deseo manifestarles que el movimiento peronista no comienza ahora a darse cuenta de este problema, sino que hace treinta años trató de poner en marcha este desarrollo. Desgraciadamente, en 1955, al perder el pueblo su gobierno legal y constitucional -derribado por un golpe de estado- perdió también las posibilidades de una continuidad que hoy estaría cantando a gloria en este país.

Nosotros, que venimos sosteniendo todas estas necesidades, hemos asistido con dolor a todo cuanto ha ocurrido en la destrucción flagrante que se ha realizado en estos dieciocho años de vegüenza nacional. Hemos visto desaparecer la Fundación Eva Perón, que era una maravilla; hemos visto caer toda la organización asistencial, para no tener hoy un hospital en donde un pobre pueda ir a atenderse sin tener que pagar y llevar sus cosas. Hemos visto a nuestros jubilados arrastrando su pobreza y su desgracia por las calles en reclamo del sueldo que tenían derecho a cobrar.

En fin: para qué entrar más en esto, cuando estamos viendo que por millones se están muriendo los niños en el país a causa de debilidades constitucionales que son, a la vez, miserias fisiológicas y miserias sociales. Esto es lo primero que tenemos que resolver.

Algunos hablan de grandes proyectos para el desarrollo, etc. Primero debemos curar los males que tenemos. No podemos curar sobre el pus; hay que romper la cáscara y raspar hasta el hueso, para después curar.

En toda inmensa tarea de reconstruir lo que han venido destruyendo durante tantos años, la mujer, con su sensibilidad y capacidad, tiene una tarea extraordinaria para realizar. La responsabilidad de las mujeres argentinas es tan grande en este momento como la de los hombres, o mayor, porque en la descomposición moral que ha producido, la mano y la palabra de la mujer tienen una influencia decisiva, mucho más decisiva que la palabra del propio hombre que dirige la casa.

Esta escuela, que será en base a una reforma educacional, se ha de realizar en el Estado, pero cada mujer que ponga un granito de arena en la realización de esa moralización nacional que se ha perdido, estará colocando también un pequeño ladrillo para la reconstrucción de la grandeza futura de nuestra Patria.

Es indudable que la reconstrucción en que nosotros hemos de empeñarnos decisivamente comenzará a colocar sus cimientos sobre esas formas destruidas por la incuria anterior. Tenemos que salvar a a familia, que también está comprometida, porque cuando las comunidades se descomponen y su moral cede, la primera que sufre es la familia. Apuntalar esta institución es la base de nuestro orden futuro, pero es también la responsabilidad más grave que tiene la mujer argentina.

Es para eso que nuestras mujeres tienen que organizarse. No se trata solamente de tener una organización política para votar cuando las circunstancias de elegir bien así lo imponen, sino también de tener una organización viva y latente en permanencia, para que actuando como factor de poder a través de las amas de casa o de las sociedades de mujeres, pueden imponer donde no sea suficiente con sugerir.

Dicen que el factor más determinante en la grandeza de Esparta fueron sus mujeres. Tanto es así que en la visita de los romanos a Esparta ellas sabían hablar de sus hombres. Y cuando los romanos les decían de la grandeza de las mujeres de Esparta, ellas sabían contestar: "Es que nosotras sabemos dar a luz hombres".

Esa es la tarea de nuestras mujeres: dar a luz hombres, y mantenerlos hombres, cuando se forman y cuando se desarrollan, y aún después, cuando en la pubertad comienzan a accionar.

En este sentido, la mujer es, para nuestra reconstrucción, un factor más importante que todas las instituciones y que todas las asociaciones de moral y demás. Esa es la escuela que se forma desde el nacimiento del niño hasta los seis años, donde se le mete la moral en el subconsciente para que no la pierda jamás.

Es decir, compañeras, que yo considero, después de haber tomado contacto con nuestro país, que el problema más grave que se ha producido ha sido el intento de destrucción del argentino. Porque en eso se ha estado trabajando: para destruir al hombre argentino. No hay duda de que no puede haber una destrucción peor y, en consecuencia, no puede existir ningún empeño más grande para nosotros que el de reconstuir cuanto antes a ese hombre que ha comenzado a destruirse.

Y esa es una tarea que debemos confiar a la mujer argentina. Nadie lo podrá hacer en su remplazo. Para esto es necesario que las mujeres de nuestro Movimiento estén unidas solidariamente en la realización de esta tarea; es para esa tarea que hay que unirse y organizarse.

Indudablemente que a lo largo del tiempo eso ha de reconstruirse con la mayor perfección, sobre todo si conseguimos nosotros reconstruir el Estado, que también ha sido destruido. Ha sido destruido e infiltrado con la destrucción, y eso es, sin duda, después de la destrucción del hombre, la peor destrucción que se ha producido en el país. Hemos de reconstruirlo de cualquier manera sin necesidad de recurrir a medidas cruentas; nos tomaremos el tiempo y, de acuerdo con nuestro slogan, lo realizaremos todo en su medida y armoniosamente.

Y ahora, compañeras, quiero dedicarme un poco al problema político. En este sentido, quiero confesarles a ustedes una decisión de la conducción del Comando Superior de nuestro Movimiento, tomada ya en los comienzos de nuestra lucha, en 1956. Fue la de encarar la lucha política, que sabíamos que un día habría de llegar a ser cruenta y dura, evitando, en esa acción, comprometer a la Rama Femenina de nuestro Movimiento, que bien podía trabajar en otros sentidos menos comprometidos que la lucha activa en el campo insurreccional, en el que, naturalmente, estuvimos tantos años. Es decir, evitarle a nuestras mujeres un esfuerzo que habría de ser realizado por los hombres sin ellas, como decían las espartanas, habían hecho hombres.

La lucha se ha realizado; indudablemente la Rama Femenina ha estado un poco retenida. La consecuencia de ello ha sido una disminución en la actividad de la misma. Hasta cierto punto actuaron los sectores que obedecían a focos de caudillismo, que se sostuvieron merced a la existencia de algunos caudillos y caudillas regionales, a las que no les debemos cargar la culpa de nada, porque el caudillismo, en la acción política, es una excrecencia natural de la misma. Entonces, es como nos ocurre a nosotros, que por ahí nos sale un grano. Eso es natural del estado físico.

Pero ha llegado el momento en que debemos evitar eso, una excrecencia de tiempos anormales de lucha, para cambiarlo por un estado institucional de la misma. Es decir, el Movimiento Peronista ya está en camino de reemplazar su sentido y su formación gregaria para ser transformado en una institución, y esto debe ser así por la simple razón de que el hombre no puede vencer al tiempo; lo único que vence al tiempo es la organización.

Entonces, pensemos que si han pasado años en nuestra lucha, casi exclusivamente gregaria, ha llegada el momento en que por su propia tradición, el Movimiento encare su organización integral, respetando, sin duda, su propia tradición, manteniendo una organización política con dos ramas, la Masculina y la Femenina, que nos han dado muy buen resultado. También deben mantenerse la rama sindical y la rama juvenil.

Yo siempre ha propugnado que la juventud tenga su propia organización, y esto es una cosa que me ha enseñado la experiencia. A los muchachos hay que dejarles que desarrollen sus alas y vuelen; no hay que cortárselas, dado que ya el tiempo se va a encargar de arreglarles esas alas. Pero hay que dejar a la juventud que tenga vuelo, y que vuele lo que quiera.

Ya el tiempo se encargará de atemperarlos. Hay que persuadir tanto a las muchachas como a los muchachos, de que el destino es de ellas y de ellos; que nosotros los viejos estamos dando los últimos empujones que nuestra experiencia nos aconseja, en beneficio de ellos. Ya no trabajamos para nosotros; trabajamos exclusivamente para ellos.

Naturalmente, también es necesario que nosotros los viejos nos persuadamos de la necesidad de realizar un trasvasamiento generacional que mantenga joven al Movimiento. Es indiscutible que esto no se puede realizar tirando un viejo por la ventana todos los días, porque indudablemente, la nueva generación ha de llegar a la función preparada, aunque hay algunos muchachos que no agarran si no los ponen de ministros. Desgraciadamente para ellos, el oficio es así, pero hay que ir escalando a medida que la capacidad y el esfuerzo hayan demostrado a los demás lo que cada uno vale. El progreso sistemático es lo que lo lleva a uno a una función de responsabilidad. En política no se regala nada; todo hay que ganárselo. Y después que uno se lo ha ganado, tiene que cuidarlo porque el prestigio es como la riqueza: si uno la derrocha, se queda pronto pobre.

Todos estos factores que hacen realmente a la organización, son decisivos para la acción de conjunto, y lo que en política se busca, en última instancia, es, precisamente, la acción de conjunto.

Hace pocos días un señor político me escribió una carta diciéndome que en vez de hacer una campaña para la elección. Arregláramos el asunto discutiendo por televisión.

Esto me hace acordar a un amigo mío que una vez me propuso un negocio de vender sándwiches de vaca y de pollo. Cuando le pregunté, cómo era eso, me contestó: un pollo, una vaca, vos ponés la vaca. Ah, bueno, dije yo.

Indudablemente que estos inventores del paraguas, a esta altura de nuestra política, no tienen ninguna importancia, Lo que sí tiene importancia es lo que el pueblo decida, y a quien hay que recurrir en estas circunstancias es solamente al pueblo, que no es tan ignorante ni tan atrasado como algunos creen. Y que sobre todo tiene una excelente nariz, porque huele todo a la distancia.

Todos estos factores, compañeras, son los que hacen a la necesidad de organizarce. Y la organización política de la Rama Femenina tiene una importancia decisiva, porque de esa organización han de salir, en el futuro, los grupos para las instituciones de bien público, que la mujer pondrá en marcha en defensa de la propia familia y de la propia comunidad.

Bien, compañeras, yo quiero terminar esta charla pidiéndoles que, cuando regresen a sus respectivas jurisdicciones, les transmitan a todas las mujeres peronistas, mi respeto y mi cariño, pensando como siempre, que ellas son el baluarte moral de nuestro Movimiento.

He visto desfilar delante mío legiones políticas de todo orden y creo que tengo la experiencia suficiente para poder decir que la Rama Femenina ha sido siempre un baluarte de nuestra organización, que no solamente ha trabajado y se ha portado bien, sino que no ha dado trabajo a la conducción y ha ayudado en una medida indescriptible, para que nuestro Movimiento se mantenga.

Eva Perón fundó este Movimiento, lo encaminó, lo organizó y le dio las prendas de su alta moral política. Siempre ha pensado que, como decía Martín Fierro, el nacimiento es lo fundamental, ya que el árbol que nace torcido, nunca su tronco endereza. Este Movimiento nació bien.

Inauguraremos ahora una segunda etapa de esa marcha ascendente de la Rama Femenina.

Yo espero que llegue, con mi palabra de saludo y de agradecimiento a todas las mujeres peronistas, la exhortación más sincera y mi pedido más empeñoso para que dediquen un poco de actividad a esa organización, hasta conformar una Rama Femenina unida, solidaria y organizada.

Hace muchos años que converso y voy tratando de pasar las grandes reglas y los grandes principios de la conducción a Isabel. Tengo confianza en que ella no nos ha de defraudar. La tarea de la organización general no es un cosa simple, pero ella, ayudada por todas ustedes, puede llegar a alcanzar la organización a que aspiramos en la rama femenina del Movimiento Nacional Justicialista. Los viejos le pasaremos nuestra experiencia, los jóvenes le darán su entusiasmo y su decisión; y entre todos trataremos de hacer una Rama Femenina como hasta ahora, que no sólo ha sido ejemplo sino que también es honor del Movimiento.

Finalmente, compañeras, antes de dar por terminada esta reunión, les ruego que lleven a cada una de las regiones a las que ustedes pertenecen, junto con nuestro saludo más afectuoso, nuestros mejores deseos. Y nos empeñaremos para que a cada una de esas regiones llegue cuanto antes la reconstrucción en que estamos empeñados.

Muchas gracias por todo y saludo a las compañeras.

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Mensaje del Retorno


22/10/1964
Mensaje del Retorno


Compañeros peronistas:

Hace 19 años, en un 17 de octubre como éste, el pueblo argentino obligó para siempre mi gratitud y mi lealtad. Desde entonces han pasado muchos años y han sucedido muchas cosas, pero nuestra mutua lealtad ha sido inmutable. Es que el pueblo no traiciona jamás; los que traicionan son los hombres que pretenden engañarlo para escarnecerlo.

De ese conflicto entre los hombres y el pueblo hemos recibido en estos nueve años la más amarga lección que pueden darnos los tiempos y los hombres, porque sobre las nobles espaldas del pueblo, bueno y sufrido, gravitan ya las calamidades que cada uno conoce con la elocuencia que los hechos pasados y presentes pueden ofrecerle.

Yo he sufrido en carne propia, porque también soy carne de pueblo, las atrocidades cometidas a impulsos de la pasión inexplicable entre humanos e inconcebible entre hermanos, que marcarán para siempre una fase negra y tenebrosa de la historia argentina. Espero que este sea el último 17 de octubre que pase alejado de ustedes, porque mi decisión de retorno es irrevocable, no sólo porque lo anhele, sino también porque el destino del país impone la necesidad de terminar con la ignominia del odio, para dedicarnos a su pacificación, punto de partida imprescindible para su reconstrucción indispensable Con el probaremos una vez mas, nuestro desinterés y patriotismo, poniendo al servicio de la comunidad nuestro sacrificio, sin pensar siquiera en los hechos que nos han dado y nos dan la razón cada día, porque el sacrificio es siempre mas fructífero cuanto mayores y profundos sean los renunciamientos que promueve.

Yo sé que en este 17 de octubre el peronismo está de pie en todo el país esperando mi palabra y mi llegada, por eso he decidido regresar inquebrantablemente en el año 1964, para cumplir como yo entiendo con la Patria y con el pueblo. No tengo ni intereses ni pasiones que defender, porque a esta altura de mi vida he renunciado a todo, y porque jamás la pasión ha llegado a conmover los dictados de mi deber. Todavía me queda la vida para ofrecerla, si ello es preciso para salvar al pueblo de la hecatombe que se vislumbra hacia su porvenir.

Debemos tender la mano de la paz para los que quieran asirse y empeñarnos en la unidad nacional sin odios ni revanchismos suicidas, como un anticipo de la que tendré personalmente dentro de los 60 días que restan para restaurar la paz que nosotros no alteramos, pero que el país necesita y el pueblo reclama.

Así regresaré, agotando las instancias para que sea con tranquilidad. Pido a la Providencia que no sea necesario hacerlo en otra forma, aunque ya no será ni mi culpa ni la del Pueblo.

Invoco el recuerdo de la que fue abanderada de los humildes: Eva Perón, que desde la eternidad nos observa para ver si sabemos cumplir con nuestro deber de peronistas y argentinos. Que sus sagrados manes nos protejan e inspiren, para no equivocar el camino de la grandeza que necesitamos para merecer el bien; y que esos mismos manes sean los que inspiren a nuestros enemigos para que renuncien a sus insidiosos y malignos sentimientos en pro de esa misma grandeza que puede redimirlos de cuanto han hecho.

Que mis últimas palabras sean para evocar la memoria de nuestros héroes y mártires peronistas, que cayeron por la causa del pueblo, sin pedir otra cosa que un lugar en la historia que la patria y el pueblo reserva para los que saben morir en su defensa.

Desde mi destierro que quiero honrar, hago llegar a todos los hermanos peronistas un gran abrazo sobre mi corazón.

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Día del Trabajador - Plaza de Mayo 1949


01/05/1949
Día del Trabajador - Plaza de Mayo



Queridos compañeros:

Un nuevo Primero de Mayo nos encuentra reunidos a los que luchamos por hacer de nuestra hermosa tierra argentina una Nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.

Desfilan por nuestra imaginación y por nuestro recuerdo los días vividos a través de las etapas reivindicatorias de la Patria que comenzaron en junio de 1943.

Primero, las reformas que fueron como la iniciación y la siembra de la simiente que había de cristalizar y florecer a lo largo de la trabajo y sudor argentino.

Después, el gobierno, nuestro gobierno, el gobierno del pueblo, el gobierno de los descamisados, el gobierno de los pobres, de los que tienen hambre y sed de justicia. Por eso, en esta plaza, la histórica, Plaza de Mayo de todas nuestras epopeyas, han latido al unísono amalgamados en un solo haz todos los corazones humildes que por ser humildes son honrados, son leales y son sinceros.

Después, la Constitución; la Constitución justicialista, que ha hecho de la tierra argentina una Patria sin privilegios y sin escarnios; que ha hecho del pueblo argentino un pueblo unido, un pueblo que sirve al ideal de una nueva Argentina, como no la han servido jamás en nuestra historia.

Esas tres etapas vividas por el pueblo argentino: la reforma, el gobierno y la constitución argentina, nos han dado un estado de justicia y un estado de dignidad y nosotros los transformaremos en un estado de trabajo.

Se ha dicho que sin libertad no puede haber justicia social, y yo respondo que sin justicia social no puede haber libertad. Ustedes, compañeros, ha vivido la larga etapa de la tan mentada libertad de la oligarquía; y yo les pregunto, compañeros: si había antes libertad o la hay ahora. A los que afirman que hay libertad en los pueblos donde el trabajador está explotado, yo les contesto con las palabras de nuestros trabajadores: una hermosa libertad, la de morirse de hambre.

Y a los que nos acusan de dictadores, he de decirles que la peor de todas las dictaduras es la de la fatua incapacidad de los gobernantes.

Pero compañeros, cumplidas esas etapas, asegurada para los trabajadores argentinos la justicia social, y asegurada para el pueblo argentina la igualdad ante la Constitución y ante la ley, recordemos que nosotros, los gobernantes, ya hemos hecho todo lo que podíamos hacer para consolidar ese estado de cosas largamente ambicionado.

La palabra, ahora, es del pueblo argentino. El debe mantener esa Constitución y hacerla cumplir, y guay del que intente atravesarse por los caminos de la obstrucción en la voluntad del pueblo.

Vuelvo en este primero de mayo frente a los trabajadores argentinos, encontrándome en la posición más confortable en que puede estar un gobernante, cuya síntesis puede afirmarse al decir: he sido leal con mi pueblo y, Dios sea loado, mi pueblo a sido leal conmigo. Y al afirmar una vez más esta lealtad y esta sinceridad entre el gobierno de los trabajadores y el pueblo argentino, quiero recordar lo que tantas veces les he dicho desde la vieja Secretaría de Trabajo y Previsión: "Seamos unidos, porque estando nosotros unidos, somos invencibles, que la política no divida a los Sindicatos ni ponga a unos contra otros porque, el interés de todos es la causa gremial de los trabajadores por sobre todas las cosas. Para terminar, quiero que llegue a cada uno de los compañeros de los tres millones de kilómetros cuadrados de nuestra Patria, la persuasión absoluta de que el gobierno de los trabajadores que tengo el honor de encabezar, ha de seguir imperturbable, paso a paso el cumplimiento de todo su plan. Pueden tener la seguridad de que no hemos de descansar un minuto y que, con la ayuda de ustedes, que son los encargados de crear la grandeza y la riqueza de la Patria, organizaremos una perfecta justicia distributiva para que el pueblo sea cada vez más feliz y nuestra Patria más grande y más poderosa.

Compañeros: a solicitud de los jóvenes que encabezan esta concentración he de acceder a un pedido y he de hacer, a mi vez; otro pedido a los trabajadores".

(La muchedumbre grita: "Mañana es San Perón").

Estoy de acuerdo, mañana es San Perón.

"Ahora mi pedido: debemos reconquistar el tiempo que perdemos en las fiestas produciendo más. Y espero, compañeros, que antes de fin de año, controlando a los saboteadores, a las organizaciones patronales y poniendo cada uno la firme decisión de producir, podemos sobrepasar ese diez por ciento en que estamos por debajo de la producción en los actuales momentos. Y ahora, compañeros, agradeciéndoles esta maravillosa concentración de hombres y de voluntades, agradeciéndoles todo el empeño patriótico que ustedes ponen en sus labores y en sus realizaciones, vamos a dar lugar a que los trabajadores puedan enorgullecerse viendo aparecer las flores de la belleza argentina para coronar a la Reina del Trabajo.

Finalmente, compañeros, en este Primero de Mayo jubiloso en nuestra tierra, jubiloso para el pueblo argentino, les deseo a todos ustedes las mayores felicidades y las mayores alegrías en esta vida del rudo batallar diario".

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Asamblea Constituyente Reformadora


27/01/1949
Asamblea Constituyente Reformadora



Señores Convencionales Constituyentes:

En la historia de todos los pueblos hay momentos brillantes cuyas fechas se celebran año tras año y en las cuales se establecen los principios y despiertan los valores que los acompañaron en su vida de Nación; tales fueron entre nosotros la Revolución de Mayo y su trascendencia americana impulsada por nuestros generales y por nuestros soldados. Están unidas estas fechas al entusiasmo popular que les otorga siempre un matiz de espontaneidad propicio para cantar el triunfo o la derrota. Son las horas solemnes que gestan la historia, son los momentos brillantes que cantan los poetas y declaman los políticos, son las horas de exaltación y de triunfo.

Hay otras épocas en que, calladamente, los países se organizan sobre sólidos cimientos. Se las puede llamar épocas de transición, porque siempre señalan la decadencia de una era y el comienzo de otra. Pero no es esa su mayor importancia, sino que en realidad, en tales momentos, se extraen conclusiones y recapitulan los resultados de los hechos precedentes para poder aplicar unos y otros al porvenir. El entusiasmo cede su puesto a la serena reflexión, porque es necesario abstraer y clasificar para poder organizar y constituir. El resultado no depende de la fuerza ni del ingenio, sino del buen criterio y la imparcialidad de los hombres.

Dios no ha sido avaro con el pueblo argentino. Hemos saboreado los momentos de emoción exaltada y gustado las horas tranquilas de cimentación jurídica.

La cruzada emancipadora y la era constituyente son altísimos exponentes de la creación heroica y de la fundación jurídica.

El genio tutelar
Permitidme que después de agradecer la invitación que me habéis hecho de asistir a este acto tan trascendental para la vida de la República, eleve mi corazón y mi pensamiento hacia las regiones inmarcesibles, donde mora el genio tutelar de los argentinos, el general San Martín.

San Martín es el héroe máximo, héroe entre los héroes y Padre de la Patria. Sin él se hubieran diluido los esfuerzos de los patriotas y quizás no hubiera existido el aglutinante que dio nueva conformación al continente americano. Fue el creador de nuestra nacionalidad y el libertador de pueblos hermanos. Para él sea nuestra perpetua devoción y agradecimiento. Los Constituyentes del 53 habían padecido ya las consecuencias de la desorganización, de la arbitrariedad y de la anarquía. La Generación del 53 era la sucesora de aquella de la Independencia, la heroica. Más que la estrategia de los campos de batalla tenía presente la obscura lucha civil; más que los cabildos populares, la desorganización política y el abandono de las artes y de los campos. Había visto de cerca la miseria, la sangre y el caos; pero debía elevarse apoyándose en el pasado para ver, más allá del presente, la grandeza del futuro; y más aún, tenía que sobreponerse a la influencia extranjera, ahondar en el modo de ser del país para no caer en la imitación de leyes foráneas. Hubo de liberarse de la intransigencia de los círculos cerrados y de los resabios coloniales, para que la Constitución no fuera a la zaga de las de su tiempo.

Augustos diputados de la Nación nombró Urquiza a los del Congreso Constituyente, y no estuvieron por debajo de ese adjetivo; reconstruyeron la Patria; terminaron con las luchas y unieron indisolublemente al pueblo y a la soberanía, renunciando a todo interés que estuviera por debajo del bienestar de la Nación.

De esta manera se elaboró nuestra Carta Magna, no sólo para legislar sino para organizar, defender y unir a la Argentina.

Los nuevos tiempos
La evolución de los pueblos, el simple transcurso de los tiempos, cambian y desnaturalizan el sentido de la legislación dictada para los hombres de una época determinada. Cerrar el paso a nuevos conceptos, nuevas ideas, nuevas formas de vida, equivale a condenar a la humanidad a la ruina y al estancamiento. Al pueblo no pueden cerrársele los caminos de la reforma gradual de sus leyes; no puede impedírsele que exteriorice su modo de pensar y de sentir y los incorpore a los cuerpos fundamentales de su legislación. No podía el pueblo argentino permanecer impasible ante la evolución que las ideas han experimentado de cien años acá. Mucho menos podía tolerar que la persona humana que el caballero que cada pecho criollo lleva dentro, permaneciera a merced de los explotadores de su trabajo y de los conculcadores de su conciencia. Y el límite de todas las tolerancias fue rebasando cuando se dio cuenta que las actitudes negativas de todos los poderes del Estado conducían a todo el pueblo de la Nación Argentina al escepticismo y a la postración moral, desvinculándolo de la cosa pública.

El derecho a la revolución
Las fuerzas armadas de la Nación, intérpretes del clamor del pueblo, sin rehuir la responsabilidad que asumían ante el pueblo mismo y ante la Historia, el 4 de junio de 1943, derribaron cuanto significaba una renuncia a la verdadera libertad, a la auténtica fraternidad de los argentinos.

La Constitución conculcada, las leyes incumplidas o hechas a medida de los intereses contrarios a la Patria; las instituciones políticas y la organización económica al servicio del capitalismo internacional; los ciudadanos burlados en sus más elementales derechos cívicos; los trabajadores a merced de las arbitrariedades de quienes obraban con la impunidad que les aseguraban los gobiernos complacientes. Este es el cuadro que refleja vivamente la situación al producirse el movimiento militar de 1943.

No es de extrañar que el pueblo acompañara a quienes, interpretándole, derrocaban el régimen que permitía tales abusos.

Por eso decía que no pueden cerrárseles los caminos de la reforma gradual y del perfeccionamiento de los instrumentos de gobierno que permiten y aun impulsan un constante progreso de los ciudadanos y un ulterior perfeccionamiento de los resortes políticos.

Cuando se cierra el camino de la reforma legal nace el derecho de los pueblos a una revolución legítima.

La historia nos enseña que esta revolución legítima es siempre triunfante. No es la asonada ni el motín ni el cuartelazo; es la voz, la conciencia y la fuerza del pueblo oprimido que salta o rompe la valla que le oprime. No es la obra del egoísmo y de la maldad. La revolución en estos casos es legítima, precisamente porque derriba el egoísmo y la maldad. No cayeron éstos pulverizados el 4 de junio. Agazapados, aguardaron el momento propicio para recuperar las posiciones perdidas. Pero el pueblo, esta vez, el pueblo solo, supo enterrarlos definitivamente el 17 de octubre.

La justicia social
Y desde entonces, la justicia social que el pueblo anhelaba, comenzó a lucir en todo su esplendor. Paulatinamente llega a todos los rincones de la Patria, y sólo los retrógrados y malvados se oponen al bienestar de quienes antes tenían todas las obligaciones y se les negaban todos los derechos.

Afirmada la personalidad humana del ciudadano anónimo, aventada la dominación que fuerzas ajenas a las de la soberanía de nuestra Patria ejercían sobre la primera de nuestras fuentes de riqueza, es decir, sobre nuestros trabajadores y sobre nuestra economía; revelada de nuevo el ansia popular de vivir una vida libre y propia, se patentizó en las urnas el deseo de terminar para siempre y el afán de evitar el retorno de las malas prácticas y malos ejemplos que impedían el normal desarrollo de la vida argentina, por cauces de legalidad y de concordia.

El clamor popular que acompañó serenamente a las fuerzas armadas el 4 de junio y estalló pujante el 17 de octubre, se impuso, solemne, el 24 de febrero.

Tres fechas próximas a nosotros, cuyo significado se proyecta hacia el futuro, y cuyo eco parece percibirse en las generaciones del porvenir. La primera señala que las fuerzas armadas respaldan los nobles deseos y elevados ideales del pueblo argentino; la segunda, representa la fuerza quieta y avasalladora de los pechos argentinos decididos a ser muralla para defender la ciudadela de sus derechos o ariete para derribar los muros de la opresión; y en la última, resplandece la conjunción armónica, la síntesis maravillosa y el sueño inalcanzado aún por muchas democracias de imponer la voluntad revolucionaria en las urnas, bajo la garantía de que la libre conciencia del pueblo sería respaldada por las armas de la Patria.

La gran tarea
Desde este punto y hora comenzó para la Argentina la tarea de su reconstrucción política, económica y social. Comenzó la tarea de destruir todo aquello que no se ajusta al nuevo estado de la conciencia jurídica expresada tan elocuentemente en las jornadas referidas y confirmada cada vez que ha sido consultada la voluntad popular. Podemos afirmar que hoy el pueblo argentino vive la vida que anhelaba vivir.

No hubiéramos reparado en nada si para devolver su verdadera vida al pueblo argentino hubiera sido preciso transformar radicalmente la estructura del Estado; pero, por fortuna, los próceres que nos dieron honor, Patria y bandera, y los que más tarde estructuraron los basamentos jurídicos de nuestras instituciones, marcaron la senda que indefectiblemente debe seguirse para interpretar el sentimiento argentino y conducirlo con paso firme hacia sus grandes destinos. Esta senda no es otra que la libertad individual, base de la soberanía; pero ha de cuidarse que el abuso de la libertad individual no lesione la libertad de otros y que la soberanía no se limite a lo político, sino que se extienda a lo económico o, más claramente dicho, que para ser libres y soberanos no debemos respetar la libertad de quienes la usen para hacernos esclavos o siervos.

Por el instinto de conservación individual y colectivo, por el sagrado deber de defender al ciudadano y a la Patria, no debemos quedar indefensos ante cualquiera que alardeando de su derecho a la libertad quiera atentar contra nuestras libertades. Quien tal pretendiera tendrá que chocar con la muralla que le opondrán todos los corazones argentinos.

Hasta el momento actual, sólo se habían enunciado los problemas que debían solucionarse de acuerdo a la transformación que el pueblo argentino desea. Ahora, la representación de la voluntad general del pueblo argentino ha manifestado lo que contiene esta voluntad y a fe que no es mucho. Yo, que he vivido con el oído puesto sobre el corazón del pueblo, auscultando sus más mínimos latidos, que me he enardecido con la aceleración de sus palpitaciones y abatido con sus desmayos, podría concretar las aspiraciones argentinas diciendo que lo que el pueblo argentino desea es no tolerar ultrajes de fuera, ni de dentro, ni admitir vasallaje político ni económico; vivir en paz con todo el mundo, respetar la libertad de los demás, a condición de que nos respeten la propia; eliminar las injusticias sociales, amar a la Patria y defender nuestra bandera hasta nuestro último aliento.

Convencido como estoy de que estos son los ideales que encarnan los convencionales aquí reunidos, permitidme que exprese la emoción profunda que me ha producido ver, que para precisar el alcance de anhelo de los Constituyentes del 53 el Partido Peronista haya acordado ratificar en el Preámbulo de la Carta Magna de los argentinos, la decisión irrevocable de constituir lo que siempre he soñado: una Nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.

Con la mano puesta sobre el corazón, creo que este es el sueño íntimo e insobornable de todos los argentinos; de los que me siguen y de los que no tengo la fortuna de verles a mi lado.

Las reformas
Con las reformas proyectadas por el Partido Peronista, la Constitución adquiere la consistencia de que hoy está necesitada. Hemos rasgado el viejo papelerío declamatorio que el siglo pasado nos transmitió; con sobriedad espartana escribimos nuestro corto mensaje a la posteridad, reflejo de la época que vivimos y consecuencia lógica de las desviaciones que habían experimentado los términos usados en 1853.

El progreso social y económico y las regresiones políticas que el mundo ha registrado en los últimos cien años, han creado necesidades ineludibles; no atenderlas proveyendo a lo que corresponda, equivale a derogar los términos en que fue concebida por sus autores.

¿Podían imaginar los Constituyentes del 53 que la civilización retrocediera hasta el salvajismo que hemos conocido en las guerras y revoluciones del siglo XX? ¿Imaginaron los bombardeos de ciudades abiertas o los campos de concentración, las brigadas de choque, el fusilamiento de prisioneros, las mil violaciones al derecho de gentes, los atentados a las personas y los vejámenes a los países que a diario vemos en esta posguerra interminable? Nada de ello era concebible. Hoy nos parece una pesadilla, y los argentinos no queremos que estos hechos amargos se puedan producir en nuestra Patria. Aún más: deseamos que no vuelvan a ocurrir en ningún lugar del mundo. ¡Anhelamos que la Argentina sea el reducto de las verdaderas libertades de los hombres y la Constitución su imbatible parapeto!

Orden interno
En el orden interno, ¿podían imaginarse los Convencionales del 53 que la igualdad garantizada por la Constitución llevaría a la creación de entes poderosos, con medios superiores a los propios del Estado? ¿Creyeron que estas organizaciones internacionales del oro se enfrentarían con el Estado y se negarían a sojuzgarle y a extraer las riquezas del país? ¿Pensaron siquiera que los habitantes del suelo argentino serían reducidos a la condición de parias obligándoles a formar una clase social pobre, miserable y privada de todos los derechos, de todos los bienes, de todas las ilusiones y de todas las esperanzas? ¿Pensaron que la máquina electoral montada por los que se apropiaron de los resortes del poder llegaría a poner la libertad de los ciudadanos a merced del caudillo político, del "patrón" o del "amo", que contaba su "poderío electoral" por el número de conciencias impedidas de manifestarse libremente?

Hay que tener el valor de reconocer cuándo un principio aceptado como inmutable pierde su actualidad. Aunque se apoye en la tradición, en el derecho o en la ciencia, debe declararse caduco tan pronto lo reclame la conciencia del pueblo. Mantener un principio que ha perdido su virtualidad, equivale a sostener una ficción.

Con las reformas propiciadas pretendemos correr definitivamente un tupido velo sobre las ficciones que los argentinos de nuestra generación hemos tenido que vivir. Deseamos que se desvanezca el reino de las tinieblas y de los engaños. Aspiramos a que la Argentina pueda vivir una vida real y verdadera. Pero esto sólo puede alcanzarse si la Constitución garantiza la existencia perdurable de una democracia verdadera y real.

El ideal revolucionario
La demostración más evidente de que la conquista de nuestras aspiraciones va por buen camino la ofrece el hecho de que se reúne el Congreso Nacional Constituyente después de transcurridos más de cinco años y medio del golpe de fuerza que derribó el último gobierno oligárquico. La acción revolucionaria no hubiera resistido los embates de la pasión, de la maldad y de odio si no hubiese seguido la trayectoria inicial que dio impulso y sentido al movimiento. La idea revolucionaria no hubiera podido concretarse en un molde constitucional de no haber podido resistir las críticas, los embates y el desgaste propios de los principios cuando chocan con los escollos que diariamente salen al paso del gobernante. Los principios de la revolución no se hubieran mantenido si no hubiesen sido el fiel reflejo del sentimiento argentino.

Muy profunda ha de ser la huella impresa en la conciencia nacional por los principios que rigen nuestro movimiento cuando en la última consulta electoral el pueblo los ha consagrado otorgándoles amplios poderes reformadores. Y de esta Asamblea que hoy inicia su labor constructiva debe salir el edificio que la Nación entera aguarda para alojar dignamente el mundo de ilusiones y esperanzas que sus auténticos intérpretes le han hecho concebir.

En este momento se agolpan en mi mente las quimeras de nuestros próceres y las inquietudes de nuestro pueblo. Los episodios que han jalonado nuestra historia. La lucha titánica desarrollada en los casi ciento treinta y nueve años transcurridos desde el alumbramiento de nuestra Patria. La emancipación, los primeros pasos para organizarse, las discordias civiles, la estructuración política, los anhelos de independencia total, la entrega a los intereses foráneos, la desesperación del pueblo al verse sojuzgado económicamente y el último esfuerzo realizado por romper toda atadura que nos humillara y toda genuflexión que nos ofendiera.

Todo esto desfila por mi mente y golpea mi corazón con igual ímpetu que percute y exalta vuestro espíritu. Y pienso en los fútiles subterfugios que se han opuesto a las reformas proyectadas. Y veo tan deleznables los motivos y tan envueltas en tinieblas las sinrazones, que ratifico, como seguramente vosotros ratificáis en el altar sagrado de vuestra conciencia, los elevados principios en que las reformas se inspiran y las serenas normas que concretan sus preceptos.

Y consciente de la responsabilidad que a esta Magna Asamblea alcanza, os exhorto a que ningún sórdido interés enturbie vuestro espíritu y ningún móvil mezquino desvíe vuestro derrotero. Que salga limpia y pura la voluntad nacional. ¡Así añadiréis un galardón más de gloria a nuestra Patria!

Interés supremo de la Patria
En los grandes rasgos de las reformas proyectadas por el Partido Peronista, se perfila clara la voluntad ciudadana que ha empujado nuestros actos.

Cuando al crearse la Secretaría de Trabajo y Previsión se inició definitivamente la era de la política social, las masas obreras argentinas siguieron esperanzadamente la cruzada redentora que de tanto tiempo atrás anhelaban. Vieron claro el camino que debía recorrerse. En el discurso del día 2 de diciembre de 1943 afirmaba que "por encima de preceptos casuísticos, que la realidad puede tornar caducos el día de mañana, está la declaración de los altísimos principios de colaboración social". El objeto que con ello perseguía era: robustecer los vínculos de solidaridad humana, incrementar el progreso de la economía nacional, fomentar el acceso a la propiedad privada, acrecer la producción en todas sus manifestaciones y defender al trabajador mejorando sus condiciones de trabajo y de vida.

Al volver la vista atrás y examinar el camino recorrido desde que tales palabras fueron pronunciadas, no puedo menos que preguntar a los esforzados hombres de trabajo de mi Patria entera si, a pesar de todos los obstáculos que se han opuesto al logro de mis aspiraciones he logrado o no lo que me proponía alcanzar.

Y cotejando este programa mínimo, esbozo de la primera hora, cuando era tan fácil prometer sin tasa ni medida, ¿no es cierto que se nota una completa analogía con los rasgos esenciales de la reforma que el peronismo lleva al Congreso Constituyente? La mesura con que Dios guió mis primeros pasos es equiparable a la prudencia que inspira las reformas proyectadas.

Si así no hubiera sido, tened la absoluta certeza, de que, como jefe del partido, no hubiera consentido que se formularan. En toda mi vida política he sostenido que no dejaré prevalecer una decisión del partido que pueda lesionar en lo más mínimo el interés supremo de la Patria. Creed que esta afirmación responde al más íntimo convencimiento de mi alma, y que fervientemente pido a Dios que mientras viva me lo mantenga.

Había pensado en la conveniencia de presentar ante Vuestra Honorabilidad el comentario de las reformas que aparecen en el anteproyecto elaborado por el Partido Peronista. Desisto, sin embargo, de la idea porque exigiría un tiempo excesivo. Por otra parte, la explicación se encuentra sintetizada en el propio anteproyecto y desarrollada ampliamente por mí en un discurso que ha tenido amplia difusión.

La presencia de los pueblos
Señores: La comunidad nacional como fenómeno de masas aparece en las postrimerías de la democracia liberal. Ha desbordado los límites del ágora política ocupada por unas minorías incapaces de comprender la novedad de los cambios sociales de nuestros días. El siglo XIX descubrió la libertad, pero no pudo idear que ésta tendría que ser ofrecida de un modo general, y que para ello era absolutamente imprescindible la igualdad de su disfrute.

Cada siglo tiene su conquista, y a la altura del actual debemos reconocer que así como el pasado se limitó a obtener la libertad, el nuestro debe proponerse la justicia.

El contenido de los conceptos Nación, sociedad y voluntad nacional no era antes lo que es en la actualidad. Era una fuerza pasiva; era el sujeto silencioso y anónimo de veinte siglos de dolorosa evolución. Cuando este sujeto silencioso y anónimo surge como una masa, las ideas viejas se vuelven aleatorias, la organización política tradicional tambalea. Ya no es posible mantener la estructuración del Estado en una rotación entre conservadores y liberales.

Ya no es posible limitar la función pública a la mera misión del Estado-gendarme. No basta ya con administrar: es imprescindible comprender y actuar. Es menester unir; es preciso crear.

Cuando esa masa planta sus aspiraciones, los clásicos partidos turnantes averiguan que su dispositivo no estaba preparado para una demanda semejante. Cuando la democracia liberal divisa al hombre al pie de su instrumento de trabajo, advierte que no había calculado sus problemas, que no había contado con él, y, lo que es más significativo, que en lo futuro ya no se podrá prescindir del trabajador.

Lo que los pueblos avanzan en el camino político, puede ser desandado en un día. Puede desviarse, rectificarse o perderse lo que en el terreno económico se avanza. Pero lo que en el terreno social se adelante, esto no retrocede jamás.

Democracia social
Y la democracia liberal, flexible en sus instituciones para retrocesos y discreteos políticos y económicos, no era igualmente flexible para los problemas sociales; y la sociedad burguesa, al romper sus líneas ha mostrado el espectáculo impresionante de los pueblos puestos de pie para medir la magnitud de su presencia, el volumen de su clamor, la justicia de sus aspiraciones.

A la expectación popular sucede el descontento. La esperanza en la acción de las leyes se transforma en resentimiento si aquéllas toleran la injusticia. El Estado asiste impotente a una creciente pérdida de prestigio. Sus instituciones le impiden tomar medidas adecuadas y se manifiesta el divorcio entre su fisonomía y la de la Nación que dice representar.

A la pérdida de prestigio sucede la ineficacia, y, a ésta, la amenaza de rebelión, porque si la sociedad no halla en el poder el instrumento de su felicidad, labra en la intemperie el instrumento de la subversión.

¡Esto es el signo de la crisis!

El caso de los absolutismos abrió a las iniciativas amplio cauce; pero las iniciativas no regularían por sí mismas los objetivos colectivos, sino los privados.

Mientras se fundaban los grandes capitalismos, el pueblo permaneció aislado y expectante. Después, frente la explotación, fortaleció su propio descontento.

Hoy no es posible pensar organizarse sin el pueblo, ni organizar un Estado de minorías para entregar a unos pocos privilegiados la administración de la libertad. Esto quiere decir que de la democracia liberal hemos pasado a la democracia social.

Nuestra preocupación no es tan sólo crear un ambiente favorable para que los más capaces o los mejor preparados labren su prosperidad, sino procurar el bienestar de todos. Junto al arado, sobre la tierra, en los talleres y en las fábricas, en el templo del trabajo, donde quiera que veamos al individuo que forma esas masas, al descamisado, que identifica entre nosotros nuestra orgullosa compresión del acontecimiento de nuestro siglo, se halla hoy también el Estado.

Nuestro apoyo
El Estado argentino de hoy tiene ahí puesta su atención y su preocupación. La felicidad y el bienestar de la masa son las garantías del orden, son el testimonio de que la primera consigna del principio de autoridad en nuestra época ha sido cumplida.

Queden con su conciencia los que piensan que el problema puede solucionarse aprisionando con mano de hierro las justas protestas de la necesidad o los que quieren convertir la Nación en un rencoroso régimen de trabajos forzados sin compensaciones y sin alegrías.

Nosotros creemos que la fe y la experiencia han iluminado nuestro pensamiento, para permitirnos extraer de esa crisis patética de la humanidad las enseñanzas necesarias.

Esa masa, ese cuerpo social, ese descamisado que estremece con su presencia la mole envejecida de las organizaciones estatales que no han querido aún mortificarse ni progresar es, precisamente, nuestro apoyo, es la causa de nuestros trabajos, es nuestra gran esperanza. Y esto es lo que da, precisamente, tono, matiz y sentido a nuestra democracia social.

Perfeccionar la libertad
Señores: Estamos en este recinto unidos espiritualmente en el gran anhelo de perfeccionar la magna idea de libertad, que las desviaciones de la democracia liberal y su alejamiento de lo humano hicieron imposible.

Cuando el mundo vive horas de dolorosa inquietud, nos enorgullece observar que lo que impulsa y anima nuestra acción es la comunidad nacional esperanzada. Conscientes de la trascendencia del momento, del signo decisivo de esa época en que nos hallamos, queremos hacernos dignos de su confianza.

Señores Convencionales: Termino mis palabras con las que empieza y seguirá empezando nuestra Constitución: ¡Invoco a Dios, fuente de toda razón y justicia, para que os dé el acierto que los argentinos esperamos y que la Patria necesita!


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Acto de Proclamación de su Candidatura


12/02/1946
Acto de Proclamación de su Candidatura


Llego a vuestra presencia con la emoción que me produce sentirme confundido entre este mar humano de conciencias honradas; de estas conciencias de criollos auténticos que no se doblan frente a las adversidades, prefieren morir de hambre antes que comer el amargo pan de la traición.

Llego a vosotros para deciros que no estáis solos en vuestros anhelos de redención social, sino que los mismos ideales sostienen nuestros hermanos de toda la vastedad de nuestra tierra gaucha. Vengo conmovido por el sentimiento unánime manifestado a través de campos, montes, ríos, esteros y montañas; vengo conmovido por el eco resonante de una sola voluntad colectiva; la de que el pueblo sea realmente libre, para que de una vez por todas quede libre de la esclavitud económica que le agobia. Y aún diría más: que le agobia como antes le ha oprimido y que si no lograra independizarse ahora, aún le vejaría más en el porvenir. Le oprimiría hasta dejar a la clase obrera sin fuerzas para alcanzar la redención social que vamos a conquistar antes de quince días.

En la mente de quienes concibieron y gestaron la Revolución del 4 de Junio estaba fija la idea de la redención social de nuestra Patria. Este movimiento inicial no fue una "militarada" más, no fue un golpe "cuartelero" más, como algunos se complacen en repetir; fue una chispa que el 17 de octubre encendió la hoguera en la que han de crepitar hasta consumirse los restos del feudalismo que aún asoma por tierra americana.

Porque hemos venido a terminar con una moral social que permitía que los trabajadores tuviesen para comer sólo lo que se les diera por voluntad patronal y no por deber impuesto por la justicia distributiva, se acusa a nuestro movimiento de ser enemigo de la libertad. Pero yo apelo a vuestra conciencia, a la conciencia de los hombres libres de nuestra Patria y del mundo entero, para que me responda honestamente si oponerse a que los hombres sean explotados y envilecidos obedece a un móvil liberticida.

No debemos contemplar tan sólo lo que pasa en el "centro" de la ciudad de Buenos Aires; no debemos considerar la realidad social del país como una simple prolongación de las calles centrales bien asfaltadas, iluminadas y civilizadas; debemos considerar la vida triste y sin esperanzas de nuestros hermanos de tierra adentro, en cuyos ojos he podido percibir el centelleo de esta esperanza de redención.

Por ellos, por nosotros, por todos juntos, por nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos debemos hacer que, ¡por fin!, triunfen los grandes ideales de auténtica libertad que soñaron los forjadores de nuestra independencia y que nosotros sentimos palpitar en lo más profundo de nuestro corazón.

Cuando medito sobre la significación de nuestro movimiento, me duelen las desviaciones en que incurren nuestros adversarios. Pero mucho más que la incomprensión calculada o ficticia de sus dirigentes, me duele el engaño en que viven los que de buena fe les siguen por no haberles llegado aún la verdad de nuestra causa. Argentinos como nosotros, con las virtudes propias de nuestro pueblo, no es posible que puedan acompañar a quienes los han vendido y los llevan a rastras, de los que han sido sus verdugos y seguirán siéndolo el día de mañana. Los pocos argentinos que de buena fe siguen a los que han vendido la conciencia a los oligarcas, sólo pueden hacerlo movidos por las engañosas argumentaciones de los "habladores profesionales". Estos vociferadores de la libertad quieren disimular, alucinando con el brillo de esta palabra, el fondo esencial del drama que vive el pueblo argentino.

Porque la verdad verdadera es esta: en nuestra Patria no se debate un problema entre "libertad" o "tiranía", entre Rosas y Urquiza; entre democracia y totalitarismo. Lo que en el fondo del drama argentino se debate es, simplemente, un partido de campeonato entre la "justicia social" y la "injusticia social".

Quiero dejar de lado a los provocadores a sueldo; a las descarriadas jovenzuelas que en uso de la libertad han querido imponer el uso del símbolo monetario en el pecho de damas argentinas cuya imposición rechazaban en uso de la propia libertad; a los pocos estudiantes que han creído "descender" de su posición social si se solidarizaban con el clamor de los hombres de trabajo, sin reflexionar que únicamente su "trabajo" será lo que en el futuro llegará a ennoblecer su paso por la vida; quiero también dejar de lado a los resentidos, a cuantos creyéndose seres excepcionales creían que el favor y la amistad personal podían más que el esfuerzo lento y constante de cada día y el espíritu de sacrificio ante los embates de la adversidad; quiero dejar de lado todo lo negativo, lo interesado, lo mezquino, para dirigirme a los hombres de buena voluntad que aún no han comprendido la esencia de la revolución social, cuyas serenas páginas se están escribiendo en el Libro de la Historia Argentina, y decirles: "Hermanos: con pensamiento criollo, sentimiento criollo y valor criollo, estamos abriendo el surco y sembrando la semilla de una Patria libre, que no admita regateos de su soberanía, y de unos ciudadanos libres, que no sólo lo sean políticamente sino que tampoco vivan esclavizados por el patrón. Síguenos; tu causa es nuestra causa; nuestro objetivo se confunde con tu propia aspiración, pues sólo queremos que nuestra Patria sea socialmente justa y políticamente soberana".

Para alcanzar esta altísima finalidad no nos hemos valido ni nos valdremos jamás de otros medios que aquellos que nos otorgan la Constitución (para la restauración de cuyo imperio empeñé mi palabra, mi voluntad y mi vida) y las leyes socialmente justas que poseemos o que los órganos legislativos naturales nos otorguen en lo futuro. Para alcanzar esta altísima finalidad no necesitamos recurrir a teorías o métodos extranjeros; ni a los que han fracasado ni a los que hoy pretenden imponerse, pues como dije en otra oportunidad, para lograr que la Argentina sea políticamente libre y socialmente justa, no basta con ser argentinos y nada más que argentinos. Bastará que dentro del cuadro histórico y constitucional el mecanismo de las leyes se emplee como un medio de progresar, pero de progresar todos, pobres y ricos, en vez de hacerlo solamente éstos a expensas del trabajador.

En el escaso tiempo que intervine directamente en las relaciones entre el capital y el trabajo, tuve oportunidad de expresar el pensamiento que regiría mi acción. Fueron señalados los objetivos a conseguir y expuestas con claridad las finalidades que nos proponíamos. En este plan de tareas y en las motivaciones que le justifican, recogióse el clamor de la clase obrera, de la clase media y de los patronos que no tienen contraídos compromisos foráneos. Y aún añadiré que éstos no tuvieron inconveniente en acompañarnos mientras creyeron que nuestra dignidad podía corromperse entregándoles la causa obrera a cambio de un cheque con menor o mayor número de ceros, tanto más cuanto mayor fuese nuestra felonía. Pero se equivocaron de medio a medio, porque ni yo ni ninguno de mis leales dejó de cumplir los dictados de la decencia, de la hombría y de la caballerosidad. Ligada nuestra vida a la causa del pueblo, con el pueblo compartiremos el triunfo o la derrota.

Las consecuencias ya las conocéis. Comenzó la "guerra" de las solicitadas; siguió la alianza con los enemigos de la Patria; continuó la campaña de difamación, de ultrajes, y de mentiras, para terminar en un negocio de compraventa de políticos apolillados y aprendices de dinamiteros a cambio de un puñado de monedas.

No tengo que deciros quiénes son los "sindicarios señorones" que han comprado, ni "los Judas que se han vendido". Todos los conocemos y hemos visto sus firmas puestas en el infamante documento. Quiero decir solamente que esta infamia es tan sacrílega como la del Iscariote que vendió a Cristo, pues en esta sucia compraventa fue vendido otro inocente: el pueblo trabajador de nuestra querida Patria.

Y advertí que esto, que es gravísimo, aún no constituye la infamia mayor. Lo incalificable, por monstruoso, es que los "caballeros que compraron a políticos" no se olvidaron de documentar fehacientemente la operación para sacarle buen rédito al capital que invertían. Seguros de que hacían una buena operación financiera, la documentaron bancariamente para que el día de mañana, si resultaran "triunfantes" sus gobernantes títeres, los tendrían prisioneros y podrían obligarlos a derogar la legislación del trabajo e impedir cuanto significara una mejora para la clase trabajadora, bajo amenaza de publicar la prueba de su traición.

Una tempestad de odio se ha desencadenado contra los "descamisados" que sólo piden ganarse honradamente la vida y poder sentirse libres de la opresión patronal y de todas las fuerzas oscuras o manifiestas que respaldan sus privilegios. Esta tempestad de odios se vuelca en dicterios procaces contra nosotros, procurando enlodar nuestras acciones y nuestros más preciados ideales. De tal manera nos han atacado que si hubiéramos tenido que contestar una a una sus provocaciones, no habríamos tenido tiempo bastante para construir lo poco que hemos podido realizar en tan escaso tiempo. Pero debemos estarles agradecidos porque no puede haber victoria sin lucha. Y la victoria que con los brazos abiertos nos aguarda, tendrá unas características análogas a la que tuvo que conquistar el gran demócrata norteamericano, el desaparecido presidente Roosevelt, que a los cuatro años de batallar con la plutocracia confabulada contra sus planes de reforma social, pudo exclamar después de su primera reelección, en el acto de prestar juramento el día 20 de enero de 1937: "En el curso de estos cuatro años, hemos democratizado más el poder del gobierno, porque hemos empezado a colocar las potencias autocráticas privadas en su lugar y las hemos subordinado al gobierno del pueblo. La leyenda que hacía invencibles a los oligarcas ha sido destruida. Ellos nos lanzaron un desafío y han sido vencidos".

Creo innecesario extenderme en largas disquisiciones de índole política. La historia de los trabajadores argentinos corre la misma trayectoria que la libertad. La obra que he realizado y lo que la malicia de muchos no me ha dejado realizar, dice bien a las claras cuáles son mis firmes convencimientos. Y si nuestros antecedentes no bastan para definirnos, nos definen, por interpretación inversa, las palabras y las actitudes de nuestros adversarios. Con decir que en el aspecto político somos absolutamente todo lo contrario de lo que nos imputan, quedaría debidamente establecida nuestra ideología y nuestra orientación. Y si añadimos que ellos son lo contrario de lo que fingen, habremos presentado el verdadero panorama de los términos en que la lucha electoral está entablada.

Tachar de totalitarios a los obreros argentinos es algo que se sale de lo absurdo para caer en lo grotesco. Precisamente han sido las organizaciones obreras que me apoyan, las que durante los últimos años han batallado en defensa de los pueblos oprimidos contra los regímenes opresores, mientras que eran (aquí como en todas partes del mundo, sin excluir los países que han hecho la guerra, salvo Rusia) la aristocracia, la plutocracia, la alta burguesía, el capitalismo, en fin, y sus secuaces, quienes adoraban a las dictaduras y repelían a las democracias. Seguían esta conducta cuando pensaban que las dictaduras defendían sus intereses y las democracias los perjudicaban, por no ser un muro suficiente de contención frente a los avances del comunismo. Si mis palabras requiriesen una prueba, podría ofrecerla bien concluyente en las colecciones de los diarios de la oligarquía que ahora se estremecen ante cualquier presunto atentado a las esencias democráticas y liberales, pero que tuvieron muy distinta actitud cuando el problema se planteaba en otros pueblos. Y si la prueba no fuese todavía categórica, remitiría el caso el examen de la actuación, de los partidos políticos que han gobernado en los últimos tiempos, y cuyos pronombres, actuando de vestales un tanto caducas y mucho recompuestas, quieren ahora compatibilizar sus alardes democráticos puramente retóricos con la realidad de sus tradicionales fraudes electorales, de sus constantes intervenciones a los gobiernos de las provincias, con el abuso del poder en favor de los oligarcas y en contra de los desheredados.

¿Dónde está, pues, el verdadero sentimiento democrático y de amor a las libertades, si no es en este mismo pueblo que me alienta para la lucha? No deja de ser significativo que los grupos oligárquicos disfrazados de demócratas, unan sus alaridos y sus conductas a esos mismos comunistas que antes fueron (por el terror que les inspiraba) la causa de sus fervores totalitarios, y a quienes ahora dedican las mejores de sus sonrisas. Como es igualmente espectáculo curioso, observar el afán con que esos dirigentes comunistas proclaman su fe democrática, olvidando que la doctrina marxista de la dictadura del proletariado y la práctica de la Unión Soviética (orgullosamente exaltada por Molotov en discursos de hace pocos meses) son eminentemente totalitarias. Pero, ¡que le vamos a hacer! Los comunistas argentinos son flacos de memoria y no se acuerdan tampoco que cuando gobernaban los partidos que se titulan demócratas, ellos tenían que vivir en la clandestinidad, y que sólo han salido de ella para alcanzar la personería jurídica cuando se lo ha permitido un gobierno, del cual yo formaba parte, pese a la incompatibilidad que me atribuyen con los métodos de libertad.

El contubernio al que han llegado es sencillamente repugnante y representa la mayor traición que se ha podido cometer contra las masas proletarias. Los partidos comunistas y socialistas que hipócritamente se presentan como obreristas pero que están sirviendo a los intereses capitalistas, no tienen inconvenientes en hacer la propaganda electoral con el dinero entregado por la entidad patronal. ¡Y todavía se sorprenden de que todavía los trabajadores de las provincias del norte, que viven una existencia miserable y esclavizada, en beneficio de un capitalismo absorbente que cuenta con el apoyo de los partidos, que frecuentemente dirigen los mismos patrones (recuerdo con tal motivo a Patrón Costas y a Michel Torino), hayan apedreado el tren en que viajaba un conglomerado de hombres que, en el fondo, lo que quieren es prolongar aquellas situaciones! Usando de una palabra que a ellos les gusta mucho, podríamos decir que son los verdaderos representantes del continuismo; pero del continuismo con la política de esclavitud y miseria de los trabajadores.

Hasta aquí me he referido a vuestra posición netamente democrática. Permitidme aludir, siquiera sea brevemente, a la mía. No me importan las palabras de los adversarios y mucho menos sus insultos. Me basta con la rectitud de mi proceder y con la noción de nuestra confianza. Ello me permite aseverar, modestamente, sencillamente, llanamente, sin ostentación ni gritos, sin necesidad de mesarme de los cabellos ni rasgarme las vestiduras, que soy demócrata en el doble sentido político y económico del concepto, porque quiero que el pueblo, todo el pueblo (en esto sí que soy "totalitario"), y no una parte ínfima del pueblo se gobierne a sí mismo y porque deseo que todo el pueblo adquiera la libertad económica que es indispensable para ejercer las facultades de autodeterminación. Soy, pues, mucho más demócrata que mis adversarios, porque yo busco una democracia real, mientras que ellos defienden una apariencia de democracia, la forma externa de la democracia. Yo pretendo que un mejor estándar de vida ponga a los trabajadores, aún a los más honestos, a cubierto de las coacciones de los capitalistas; y ellos quieren que la miseria del proletariado y su desamparo estatal les permita continuar sus viejas mañas de compra y de usurpación de las libretas de enrolamiento. Por lo demás, es lamentable que a mí, que he propulsado y facilitado la vuelta a la normalidad, que me he situado en posición de ciudadano civil para afrontar la lucha y que he despreciado ocasiones que se me venían a la mano para llegar al poder sin proceso electoral, se me imputen propósitos inconstitucionales, presentes o futuros. Y es todavía más lamentable que esas acusaciones sean hechas por quienes, a título de demócratas, no saben a qué arbitrio acudir o a qué militar o marino volver los ojos para evitar unas elecciones en que se saben derrotados, no porque vaya a haber fraude, sino porque no lo va a haber, o, mejor dicho, porque ya no tienen ellos a su disposición todos los elementos que antes usaban para ganar fraudulentamente los comicios. Vienen reclamando desde hace tiempo elecciones limpias, pero cuando llegan a ellas, se asustan del procedimiento democrático.

Por todas esas razones no soy tampoco de los que creen que los integrantes de la llamada Unión Democrática han dejado de llenar su programa político -vale decir, su democracia como un contenido económico-. Lo que pasa es que ellos están defendiendo un sistema capitalista con perjuicio o con desprecio de los intereses de los trabajadores, aún cuando les hagan las pequeñas concesiones a que luego habré de referirme; mientras que nosotros defendemos la posición del trabajador y creemos que sólo aumentando enormemente su bienestar e incrementando su participación en el Estado y la intervención de éste en las relaciones del trabajo, será posible que subsista lo que el sistema capitalista de libre iniciativa tiene de bueno y de aprovechable frente a los sistemas colectivistas. Por el bien de mi Patria, quisiera que mis enemigos se convenciesen de que mi actitud no sólo es humana, sino que es conservadora, en la noble aceptación del vocablo. Y bueno sería, también, que desechasen de una vez el calificativo de demagógico que se atribuye a todos mis actos, no porque carezcan de valor constructivo ni porque vayan encaminados a implantar una tiranía de la plebe (que es el significado de la palabra demagogia), sino simplemente porque no van de acuerdo con los egoístas intereses capitalistas, ni se preocupan con exceso de la actual "estructura social", ni de lo que ellos, barriendo para adentro, llaman "los supremos intereses del país", confundiéndolos con los suyos propios.

Personalmente, prefiero la idea defendida por Roosevelt (y el testimonio no creo que pueda ser recusado) de que la economía ha dejado de ser un fin en sí mismo para convertirse en un medio de solucionar los problemas sociales. Es decir, que si la economía no sirve para llevar el bienestar a toda la población y no a una parte de ella, resulta cosa bien despreciable. Lástima que los conceptos de Roosevelt a este respecto fueran desbaratados por la Cámara... y por la "Antecámara"..., es decir, por los organismos norteamericanos equivalentes a nuestra Unión Industrial, Bolsa de Comercio y Sociedad Rural. Y conste, asimismo, que Roosevelt distaba mucho de ser, ni en lo social ni en lo político, un hombre avanzado.

Por eso, cuando nuestros enemigos hablan de democracia, tienen en sus mentes la idea de una democracia estática, quiero decir, de una democracia sentada en los actuales privilegios de clase. Como los órganos del Estado y el poder del Estado, la organización de la sociedad, los medios coactivos, los procedimientos de propaganda, las instituciones culturales, la libertad de expresión del pensamiento, la religión misma, se hayan bajo su dominio y a su servicio exclusivo, pueden echarse tranquilos en brazos de la democracia, pues saben que la tienen dominada y que servirá de tapaderas a sus intereses. Precisamente en esa situación está basado el concepto revolucionario marxista y la necesidad que señalan de una dictadura proletaria. Pero si como ha sucedido en la Argentina y en virtud de mi campaña, el elemento trabajador, el obrero, el verdadero siervo de la gleba, el esclavizado peón del surco norteño, alentado por la esperanza de una vida menos dura y de un porvenir más risueño para sus compañeras y para sus hijos, sacuden su sumisión ancestral, reclaman como hombres la milésima parte de las mejoras a que tienen derecho, ponen en peligro la pacífica y tradicional digestión de los poderosos y quieren manifestar su fuerza y su voluntad en unas elecciones, entonces, la democracia, aquella democracia capitalista, se siente estremecida en sus cimientos y nos lanza la imputación del totalitarismo. De este modo llegaríamos a la conclusión de que el futuro Congreso representará un régimen democrático si triunfan los privilegios de la clase hasta ahora dominante y que representará un régimen dictatorial si, como estoy seguro, triuntan en las elecciones las masas de trabajadores que me acompañan por todo el país.

Más no importan los calificativos. Nosotros representamos la auténtica democracia, la que se asienta sobre la voluntad de la mayoría y sobre el derecho de todas las familias a una vida decorosa, la que tiende a evitar el espectáculo de la miseria en medio de la abundancia, la que quiere impedir que millones de seres perezcan de hambre mientras que centenares de hombres derrochan estúpidamente su plata. Si esto es demagogia, sintámonos orgullosos de ser demagogos y arrojémosles al rostro la condenación de su hipocresía, de su egoísmo, de su falta de sentido humano y de su afán lucrativo que va desangrando la vida de la Nación. ¡Basta ya de falsos demócratas que utilizan una idea grande para servir a su codicia! ¡Basta ya de exaltados constitucionalistas que sólo aman la Constitución en cuanto les ponga a cubierto de las reivindicaciones proletarias! ¡Basta ya de patriotas que no tienen reparo en utilizar el pabellón nacional para cubrir averiadas mercancías, pero que se escandalizan cuando lo ven unido a un símbolo del trabajo honrado!

Nuestra trayectoria en el terreno social es igualmente clara que el político. Desde que a mi iniciativa se creó la Secretaría de Trabajo y Previsión, no he estado preocupado por otra cosa que por mejorar las condiciones de vida y de trabajo de la población asalariada. Para ello era menester el instrumento de actuación y la Secretaría de Trabajo y Previsión resultó un vehículo insuperable a los fines perseguidos. La medida de la eficacia de la Secretaría de Trabajo y Previsión nos la da tanto la adhesión obrera como el odio patronal. Si el organismo hubiese resultado inocuo, les tendría sin cuidado y hasta es posible que muchos insospechados fervores democráticos tuvieran un tono más bajo. Y es bien seguro que muchos hombres que hasta ayer no ocultaron sus simpatías hacia las dictaduras extranjeras o que sirvieron a otros gobiernos de facto en la Argentina, no habrían adoptado hoy heroicas y espectaculares posiciones seudodemocráticas. Si el milagro de la transformación se ha producido, ha sido sencillamente porque la Secretaría de Trabajo ha dejado de representar un coto cerrado sólo disfrutable por la plutocracia y por la burguesía. Se acabaron las negativas de los patronos a concurrir a los trámites conciliatorios promovidos por los obreros; se puso in a la amistosa mediación de los políticos, de grandes señores y de poderosos industriales, para lograr que la razón del obrero fuese atropellada. La Secretaría de Trabajo hizo justicia estricta, y si en muchas ocasiones se inclinó hacia los trabajadores, lo hizo porque era la parte más débil en los conflictos. Esta posición espiritual de la autoridad es lo que han tolerado los elementos desplazados de la hegemonía que venían ejerciendo, y esa es la clave de su oposición al organismo creado. A eso es lo que llaman demagogia. Que el empleador burle al empleado, representa para ellos labor constructiva de los principios democráticos; pero que el Estado haga justicia a los obreros, constituye pura anarquía.

Creo que en esa subversión de las partes en conflicto se encuentra la verdadera obra revolucionaria que hemos realizado y que por su efecto psicológico tiene mayor valor y más amplia trascendencia que todas las demás. Esa es la causa de que todos los arranques se dirijan contra la Secretaría de Trabajo y por eso el empeño de destruirla. No a otra cosa obedecen los rugidos de satisfacción que han lanzado el capitalismo, su prensa y sus servidores cuando en una reciente sentencia la Suprema Corte de la Nación ha declarado la inconstitucionalidad de las delegaciones regionales. Porque la verdad es que esa decisión adoptada pocos días antes de las elecciones trata de asestar un rudo golpe a la Secretaría de Trabajo y Previsión y constituye un primer paso para deshacer las mejoras sociales que lograron los trabajadores. El respeto a las decisiones judiciales no excluye el derecho de comentar y de discutir sus fallos, mucho menos cuanto mayores sean las innovaciones que se hagan a la libertad y a la democracia. Ya llegará, pues, el momento de discutir cuáles son las competencias que en relación al derecho del trabajo corresponden a la nación y cuáles las que son atributo de las provincias. Hasta será fácil demostrar -por opinión de tratadistas muy del gusto oligárquico- que la Suprema Corte, tan rigorista y tan equivocada en esta ocasión respecto a las facultades de aplicación de las leyes del trabajo, ha consentido y aprobado que la nación venga invadiendo desde hace muchos años la protesta legislativa de las provincias. Y conteste que esta parte encuentro acertada su posición, porque las normas del trabajo que tienden a la internalización deben ser nacionales. Lo que no admito es la dualidad de criterio, cuya motivación no me interesa de momento. Si alguien quiere encontrar la aplicación, tal vez la halle en una obra de Renard. Ofrezco la cita a mis enemigos socialistas y doy por descontado que entre ellos o entre las asociaciones profesionales seudodemocráticas, se propiciará la iniciación de una nueva causa por desacato y hasta es posible que se tome pretexto de ello para ver si hay militares o marinos que lleguen a tiempo para impedir nuestro triunfo electoral.

Ya sé que cuando se habla de mi obra social, los adversarios sacan a relucir la que ellos han realizado. Examinemos brevemente esa cuestión. Es verdad que los legisladores argentinos han dictado leyes sociales a tono con las de otros países. Pero se ha hecho dentro de un ámbito meramente proteccionista, sin atacar los problemas de su esencia. Meras concesiones que se iban obteniendo del capitalismo a fin de no forzar las cosas excesivamente e ir distrayendo a los obreros y a sus organizaciones en evitación de reacciones excesivas y violentas. Reparación de accidentes de trabajo que muy poco reparan y que prolongan la agonía del incapacitado. Insignificantes indemnizaciones por despido que ninguna garantía representan para el trabajador injustamente despedido, víctima del abuso de un derecho domicial propio de la Edad Media. Mezquinas limitaciones en la duración de las jornadas y en la duración del descanso retribuido. Y, por otra parte, inexistencia de toda protección para los riesgos de desocupación, enfermedad y para la casi totalidad de los salarios, invalidez, vejez y muerte. Régimen de salarios de hambre y de viviendas insalubres. ¿Para qué seguir la relación? Frente a tal estado de cosas, nuestro programa tiende a cubrir todos los riesgos que privan o disminuyen al trabajador en su capacidad de ganancia. Prohibición del despido sin causa justificada; proporcionar a todos los trabajadores el estándar de vida que dignifique su existencia y la de sus familiares. Y, sobre todo esto, las grandes concepciones verdaderamente revolucionarias; tendencia a que la tierra sea a quien la trabaje; supresión de los arrendamientos rurales; limitación de las ganancias excesivas y participación de los trabajadores en los beneficios de la industria. A este respecto, debo consignar que cuando lancé la idea, todas las "fuerzas vivas" y sus satélites nos arrojaron el consabido anatema. La proposición era netamente demagógica. Se iba a la ruina de la sacrosanta economía nacional. Pero los últimos cables nos anuncian que en Estados Unidos se estudia el sistema de participación en los beneficios como medio de atajar los graves conflictos obreros que se han presentado, llegando a fijar en un 25 por ciento el monto de esta participación. Esperemos que con el beneplácito estadounidense, ya no parecerá el intento tan descabellado a nuestros grandes economistas y financieros, serviles imitadores de las modas extranjeras o mansos cumplidores de las órdenes que les llegan desde afuera.

Brevemente me referiré a las ideas centrales que han impulsado nuestra acción en el terreno económico. Sostengo el principio de libertad económica. Pero esta libertad, como todas las libertades, llega a generar el más feroz egoísmo si en su ejercicio no se articula la libertad de cada uno con la libertad de los demás. No todos venimos al mundo dotados del suficiente equilibrio moral para someternos de buen grado a las normas de sana convivencia social. No todos podemos evitar que las desviaciones del interés personal degeneren en egoísmo espoleador de los derechos de los demás y en ímpetu avasallador de las libertades ajenas. Y aquí, en este punto que separa el bien del mal, es donde la autoridad del Estado debe acudir para enderezar las fallas de los individuos y suplir la carencia de resortes morales que deben guiar la acción de cada cual, si se quiere que la sociedad futura salga del marasmo que actualmente la ahoga.

El Estado puede orientar el ordenamiento social y económico sin que por ello intervenga para nada en la acción individual que corresponde al industrial, al comerciante, al consumidor. Estos, conservando toda la libertad de acción que los códigos fundamentales les otorgan, pueden ajustar sus realizaciones a los grandes planes que trace el Estado para lograr los objetivos políticos, económicos y sociales de la Nación. Por esto afirmo que el Estado tiene el deber de estimular la producción, pero debe hacerlo con tal tacto que logre, a la vez, el adecuado equilibrio entre las diversas fuerzas productivas. A este efecto, determinará cuáles son las actividades ya consolidadas en nuestro medio, las que requieren un apoyo para lograr solidez a causa de la vital importancia que tienen para el país; y por último, cuáles han cumplido ya su objetivo de suplir la carestía de los tiempos de guerra, pero cuyo mantenimiento en época de normalidad representaría una carga antieconómica que ningún motivo razonable aconseja mantener o bien provocaría estériles competencias con otros países productores. Pero aún hay otro motivo que obliga al Estado argentino a regular ciertos aspectos de la economía. Los compromisos internacionales que tiene contraídos lo obligan a orientar las directivas económicas supranacionales teniendo en vista la cooperación entre todos los países. Y si esta cooperación ha de ser eficaz y ha de basarse en ciertas reglas de general aplicación entre Estados, no veo la forma de que la economía interna de cada país quede a merced del capricho de unos cuantos oligarcas manejadores de las finanzas, acostumbrados a hacer trabajar siempre a los demás en provecho propio. Al Estado, rejuvenecido por el aporte de sangre trabajadora que nuestro movimiento inyectará en todo su sistema circulatorio, corresponderá la misión de regular el progreso económico nacional sin olvidar el cumplimiento de los compromisos que la Nación contraiga, o tenga contraídos con otros países.

Por lo que os he dicho hoy, y por lo que he afirmado en ocasiones anteriores, parecería ocioso repetir que no soy enemigo del capital privado. Juzgo que debe estimularse el capital privado en cuanto constituye un elemento activo de la producción y contribuye al bienestar general. El capital resulta pernicioso cuando se erige o pretende erigirse en instrumento de dominación económica. En cambio es útil y beneficioso cuando sabe elevar su función al rango de cooperador efectivo del progreso económico del país y colaborador efectivo del progreso económico del país y colaborador sincero de la obra de la producción y comparte su poderío con el esfuerzo físico e intelectual de los trabajadores para acrecentar la riqueza del país.

Por esto, en los postulados éticos que presiden la acción de nuestra política, junto a la elevación de la cultura del obrero y a la dignificación del trabajo, incluimos la humanización del capital. Solamente llevando a cabo estos postulados, lograremos la desaparición de las discordias y violencias entre patronos y trabajadores. Para ello no existe otro remedio que implantar una inquebrantable justicia distributiva.

En el nuevo mundo que surge en el horizonte no debe ser posible el estado de necesidad que agobia todavía a muchísimos trabajadores en medio de un estado de abundancia general. Debe impedirse que el trabajador llegue al estado de necesidad, porque sepan bien los que no quieren saber o fingen no saberlo, que el estado de necesidad está al borde del estado de peligrosidad, porque nada hace saltar tan fácilmente los diques de la paciencia y de la resignación como el convencimiento de que la injusticia es tolerada por los poderes del Estado, porque, precisamente ellos son los que tienen la obligación de evitar que se produzcan las injusticias.

Un deber nacional de primer orden exige que la organización política, la organización económica y la organización social, hasta ahora en manos de la clase capitalista, se transformen en organizaciones al servicio del pueblo. El pueblo del 25 de Mayo quería saber de qué se trataba; pero el pueblo del 24 de Febrero quiere tratar todo lo que el pueblo debe saber.

Para terminar y como detalle complementario del aspecto económico, he de referirme brevemente a las orientaciones generales que deseamos seguir en orden a la industrialización que el país necesita.

Ante todo, la afirmación esencial que rige nuestra acción: la riqueza no la constituye el montón de dinero más grande o más chico que pueda tener atesorado la Nación; para nosotros, la verdadera riqueza la constituye el conjunto de la población, el trabajo propiamente tal y la organización ordenada de esta población y de este trabajo.

Es, pues, el elemento humano actual y futuro, el factor que ha de requerir la preocupación fundamental del Estado. Vale decir que ahí se incluye la elevación del nivel de vida hasta el estándar compatible con la dignidad del hombre y el mejoramiento económico general; la propulsión de organizaciones mutualistas y cooperativas; el incremento de la formación técnica y capacitación profesional; la construcción de casas baratas y económicas para obreros y empleados; los préstamos para la construcción y renovación del hogar de la clase media; pequeños propietarios, rentistas y jubilados modestos, y estímulos, fomento y desarrollo del vasto plan de seguridad social y mejoramiento de las condiciones generales de trabajo. No puede hablarse de emprender la industrialización del país sin consignar bien claramente que el trabajador ha de estar protegido antes que la máquina o la tarifa aduanera. Y tampoco tengo que repetir que el progreso del trabajador del campo debe ir al compás del hombre de la ciudad. Deben convencerse de que la ciudad, sin el esfuerzo del hombre de campo, está condenada a desaparecer. ¡De cada 35 habitantes rurales sólo uno es propietario! Ved si andamos muy lejos cuando decimos que debe facilitarse el acceso a la propiedad rural. Debe evitarse la injusticia que representa el que 35 personas deban ir descalzas, descamisadas, sin techo y sin pan, para que un lechuguino venga a lucir la galerita y el bastón por la calle Florida, y aún se sienta con derecho a insultar a los agentes del orden porque conservan el orden que él, en su inconsciencia, trata de alterar con sus silbatinas contra los descamisados.

Asegurada la suerte del factor humano, estaremos en condiciones de proseguir el plan de industrialización en sus más minúsculos detalles. Inventario y clasificación de materias primas, energía que produce y puede producir el país; ayudar el establecimiento de industrias, propulsando las iniciativas, estimulando las inversiones de capital y fomentando la creación y ampliación de laboratorios de investigaciones científicas y económico-sociales con amplia colaboración de técnicos y obreros; sistematización de costos en beneficio de productores y consumidores; moderación de las cargas fiscales que graven toda actividad socialmente útil; estimular la producción para abastecer abundantemente las necesidades del país, sin limitar las posibilidades de producción y transformación, sin extirpar viñedos ni restringir el sembradío para evitar que se destruyan los sobrantes que podían reducir el precio, pero que producían ganancias fabulosas a los capitalistas aunque condenaban a cientos de miles de trabajadores a no beber vino y a no comer pan; permitir precios remuneradores al capital que sean firmes y estables, que sirvan de garantía a los altos salarios y aseguren beneficios correctos; incitar el desarrollo del comercio libre y transporte económico, terrestre, marítimo, fluvial y aéreo.

En definitiva, la Argentina no puede estancarse en el ritmo somnoliento a que la condenaron cuantos se lanzaron a vivir a sus costillas; la Argentina ha de recobrar el pulso firme de una juventud sana y de una sangre limpia. La Argentina necesita la aportación de esta sangre juvenil de la clase obrera; no puede seguir con las corrientes sanguíneas de múltiples generaciones de gente caduca, porque llegaríamos a las nefastas consecuencias de las viejas dinastías, que habían muerto físicamente antes de que los pueblos las echaran cansados de aguantarlas.

Esta sangre nueva la aporta nuestro movimiento; esta sangre hará salir de las urnas, el día 24 de este mes, esta nueva Argentina que anhelamos con toda la fuerza y la pujanza de nuestro corazón.

No puedo terminar mis palabras sin referirme a los problemas internacionales. La base de mi actuación ha de ser la defensa de la soberanía argentina, con tanta mayor energía cuanto mayor sea la grandeza de quienes intenten desconocerla, porque desprecio a los hombres y a las naciones que se crecen ante los débiles y se doblega ante los poderosos.

Es posible que mi pasado para actuar en la vida pública sea constante franqueza de mis expresiones, que me lleva a decir siempre lo que siento. Esto me da derecho a que se me crea cuando proclamo mi simpatía y admiración hacia el gran pueblo estadounidense, y que pondré cada día mayor empeño en llegar con él a una completa inteligencia, lo mismo que con todas las Naciones Unidas, con las cuales la Argentina ha de colaborar lealmente, pero desde un plano de igualdad. De ahí a mi oposición tenaz a las intervenciones pretendidas por el señor Braden embajador y por el señor Braden secretario adjunto, de ejecutar en la Argentina sus habilidades para dirigir la política y la economía de naciones que no son las suyas.

Entremos, pues, al fondo de la cuestión; empezaré por decir que el tenor de las declaraciones publicadas en los Estados Unidos de Norte América, corresponde exactamente al de los conceptos vertidos por mí. He dicho entonces y lo repito ahora, que el contubernio oligárquicomunista, no quiere las elecciones; he dicho también, y lo reafirmo, que el contubernio trae al país armas de contrabando; rechazo que en mis declaraciones exista imputación alguna de contrabando a la Embajada de Estados Unidos; reitero, en cambio, con toda energía, que esa representación diplomática o más exactamente el señor Braden, se hallan complicados en el contubernio, y más aún, denuncio al pueblo de mi Patria que el señor Braden es el inspirador, creador, organizador y jefe verdadero de la Unión Democrática.

Cuando el señor Braden llegó a nuestro país ostentando la representación diplomática del suyo, la situación era la siguiente: después de un largo e injusto aislamiento que ningún argentino sensato pudo jamás aceptar como justo, la República Argentina fue incorporada al seno de las Naciones Unidas. Suscribió todos los pactos, y con la rectitud que caracteriza su vida de relación internacional, inició el cumplimiento estricto de las obligaciones contraidas. Como corolario de la nueva situación y a fin de darle expresión concreta y efectiva, llegó hasta nosotros de los Estados Unidos la misión Warren.

En una estada breve pero eficaz, esta misión concertó diversos acuerdos con nosotros, acuerdos políticos, económicos y militares, cuya ejecución había de beneficiar a ambos países, dentro de un plan de mutuo respeto y beneficio común.

Cuando el gobierno de la Nación se disponía a dar cumplimiento a cada una de las obligaciones estipuladas; cuando se preparaban los embarques de lino a cambio de combustibles que debíamos recibir y que el país necesitaba urgentemente; cuando se creía que el oro bloqueado en los Estados Unidos podría ser repatriado; cuando, en fin, las dos naciones se disponían a olvidar resentimientos, eliminar malentendidos, reanudar las corrientes culturales y comerciales que fueron tradición en el pasado, todo en una atmósfera de comprensión y cooperación recíproca, llega al país el señor Braden, nuevo embajador de los Estados Unidos de Norte América. Como primera medida, el señor Braden anula todos los convenios a que se había arribado con la misión Warren.

El señor Braden, quebrando toda la tradición diplomática, toma partido a favor de nuestros adversarios, vuelca su poder, que no le es propio, en favor de los enemigos de la nacionalidad y declara abiertamente la guerra a la revolución, pronunciando un discurso en Rosario que llena de asombro, estupor e inquietud a nuestro país, y a todas las naciones latinoamericanas. A partir de ese momento, se suceden los discursos y las declaraciones, y el embajador Braden, sin despojarse de su investidura, se convierte en el jefe omnipotente e indiscutido de la oposición, a la que alienta, organiza, ordena y conduce con mano firme y oculto desprecio.

El pueblo argentino, el auténtico pueblo de la Patria, repudia esa intromisión inconcebible, y su indignación desborda y supera largamente la alegría enfermiza de los qeu se alinean presurosos en las filas del señor Braden. Los viejos políticos venales recogen sus palabras y hacen con ellas sus muletas, se sienten redimidos y perdonados, sin darse cuenta que son ahora más miserables aún, afiliados y subordinados al extranjero, dentro de los propios confines patrios.

El señor Braden revela muy pronto la razón de sus agresiones al gobierno de la revolución, y a mí en particular; es que él quiere implantar en nuestro país un gobierno propio, un gobierno títere, y para ello ha comenzado por asegurarse el concurso de todos los "quislings" disponibles. El señor Braden, para facilitar su acción, subordina a la prensa y a todos los medios de expresión del pensamiento; se asegura por métodos propios el apoyo de los círculos universitarios, sociales y económicos, descollando su extraordinaria habilidad de sometimiento en el campo de la política. Naturalmente, de la política depuesta por la revolución del 4 de Junio.

Logrado su primer paso en la realización del plan denunciado, o sea la unión compacta de todos los enemigos de la revolución, y más especialmente la de mis adversarios, el señor Braden creyó oportuno y conveniente para múltiples fines pasar revista a su pequeño ejército de traidores. No encontró para ello mejor que organizar la Marcha de la Constitución y la Libertad, la que se llevó a efecto después de vencer el ex embajador muchas trabas y dificultades.

El señor Braden, en su afán de asegurarse la constitución de un gobierno propio en la Argentina, pactó aquí con todo y con todos, concedió su amistad a conservadores, radicales y socialistas; a comunistas, demócratas y progresistas y pronazis; y junto a todos ellos, extendió su mano a los detritos que la revolución fue arrojando en su seno en sus hondos procesos depuradores. El ex embajador sólo exigía, para brindar su poderosa amistad, una bien probada declaración de odio hacia mi humilde persona.

Los discursos, declaraciones y actos del señor Braden, tanto durante su gestión al frente de la Embajada de los Estados Unidos como en sus funciones actuales, prueban de manera irrefutable su activa, profunda e insolente intervención en la política interna de nuestro país. He dicho ya en otras ocasiones, que las nuevas condiciones imperantes en el mundo han creado una interdependencia entre todos los países de la tierra; pero he fijado el alcance de esa interdependencia a lo económico, sosteniendo el derecho de cada nación a adoptar la filosofía político-social más de acuerdo con sus costumbres, su religión, posición geográfica y circunstancias históricas, si es que en verdad se quiere subsistir con la dignidad y jerarquía del Estado soberano.

Declaro que la intromisión del señor Braden en nuestros asuntos, hasta el extremo de crear, alentar y dirigir un conglomerado político adicto, no puede contar con el apoyo del pueblo y del gobierno de los Estados Unidos. El presidente Truman ha expresado recientemente que todos los pueblos capaces tienen el derecho de elegir sus propios gobiernos. El Senado de los Estados Unidos, al aprobar el nombramiento del señor Braden para su cargo actual, estableció expresamente que no podría intervenir en las cuestiones de los países latinoamericanos sin previa consulta. El mismo gobierno aludido reiteró hace poco la prohibición de intervenir en política de otros países a los hombres de negocios norteamericanos. El propio señor Braden alterna sus amenazas de intervención económica y militar con protestas de no intervencionismo.

Una de las consecuencias más graves de la beligerancia del señor Braden con respecto al gobierno de la revolución, fue la nulidad de los convenios a que se había arribado con la misión Warren, y de los que tanto los Estados Unidos como la Argentina esperaban beneficios recíprocos. El ex embajador, después de anular los convenios mencionados, no sólo no hizo ninguna tentativa para reemplazarlos por otros nuevos, sino que se resistió a tratar la cuestión todas las veces que lo insté a ello. Es que así, naturalmente, el señor Braden creaba más y más dificultades al gobierno al cual yo pertenecía.

La permanencia del señor Braden en nuestro país se caracterizó, pues, por su intromisión en nuestros asuntos; por haber dado forma, aliento y directivas al amorfo organismo político que nos enfrenta; por haber desprestigiado implacable y sistemáticamente a la revolución del 4 de Junio, a sus hombres y a mí en particular, y por último, por haber brindado su amistad a todos los enemigos del movimiento renovador del 4 de Junio, sin importarle para nada su filiación política e ideológica.

En nombre del señor Braden, cuando actuaba como embajador en nuestro país, alguien suficientemente autorizado expresó que yo jamás sería presidente de los argentinos y que aquí, en nuestra Patria, en nuestra Patria, no podría existir ningún gobierno que se opusiese a las ideas de los Estados Unidos.

Ahora yo pregunto: ¿Para qué quiere el señor Braden contar en la Argentina con un gobierno adicto y obsecuente? ¿Es acaso porque pretende repetir en nuestro país su fracasada intentona de Cuba, en donde, como es público y notorio, quiso herir de muerte la industria y llegó incluso a amenazar y a coaccionar la prensa libre que lo denunciaba?

Si, por un designio fatal del destino, triunfaran las fuerzas represivas de la represión, organizadas, alentadas y dirigidas por Spruille Braden, será una realidad terrible para los trabajadores argentinos la situación de angustia, miseria y oprobio que el mencionado ex embajador pretendió imponer, sin éxito, al pueblo cubano.

En consecuencia, sepan quienes voten el 24 por la fórmula del contubernio oligárquico-comunista, que con ese acto entregan, sencillamente, su voto al señor Braden. La disyuntiva, en esta hora trascendental, es ésta: O Braden, o Perón. Por eso, glosando la inmortal frase de Roque Sáenz Peña, digo: "Sepa el pueblo votar".

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